Llegué
a mi nueva casa en las afueras de la ciudad. Al abrir la cortina de la
habitación trasera, descubrí en lontananza una casona abandonada en lo alto de
una colina que por el camino principal no se veía. Era hermosa y macabra a la
vez; rodeada de árboles que vistos a la distancia adquirían formas siniestras.
Cerré la cortina porque sentí escalofríos. Concentrado en desempacar, no pensé
más en ese lugar.
A medianoche desperté sobresaltado. Abrí
la cortina. En la casona se veía una luz tenue. Tomé los binoculares para ver
qué la originaba. Mi grito rompió el silencio de la noche. Una mujer que
rivalizaría en tenebrosidad con cualquier caracterización hollywoodesca, tenía
en una mano una vela y en la otra un letrero con un mensaje sencillo:
“Hola, Luis seremos los mejores vecinos”.
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