martes, 25 de octubre de 2016

El hada y el destello de la luna

Erase una vez en el mundo feérico. Era un reino que estaba dividido en dos: el de las hadas blancas y el de las hadas negras.
Era hermoso ver a esos pequeños seres alados vestidos negros o blancos respectivamente, pero había una entre todas ellas que destacaba por sus singulares rasgos ya que esa hada poseía los colores del arcoíris en sus alas y traje.
Todas las demás se extrañaron por lo raro de sus vestimentas puesto que éstas les eran entregadas desde el momento de su nacimiento, pero ella fue dotada con colores diferentes, aunado a esto, la pequeña tenía otra singularidad, era muda. Cada vez que intentaba hablar salía polvo de luz de su boca.
Las hadas blancas y negras, asustadas ante lo extraño de la situación, decidieron apartar a su compañera de las demás. Fueron incapaces de comprender la hermosura de ese nuevo ser.
Una mañana el hada iridiscente, se alejó de su hogar, solitaria y triste pues se dio cuenta de que sus compañeras no la aceptarían debido a su raro color.
Lloró debido a la tristeza que sentía, su dolor fue silencioso pues de su boca  nada salió, sin embargo, cuando sus lágrimas fluyeron éstas se convirtieron en cristales. 
Los cogió y los observó con extrañeza, nunca había llorado por ello era la primera vez que los veía, no obstante, esto en nada le ayudó, los tiró y volvió a llorar por su soledad. A medida que sus lágrimas se hacían más abundantes los cristales se volvían cada vez más hermosos.
Siguió volando sin rumbo fijo con el único propósito de alejarse del hogar que la había rechazado, sus alas la llevaron hasta las cercanías de un hermoso lago, en ese momento ya se había hecho de noche. 
Escuchó que alguien entonaba una hermosa canción. Decidió acercarse con cautela. Una vez que pasó la arboleda que le impedía ver con claridad, observó a una ninfa de tamaño gigante -para la estatura de ella, un hada era del tamaño de una mariposa-, ésta era hermosa, poseía una enorme cabellera plateada, su piel era tan blanca que casi parecía albina.
Se encontraba sentada a la orilla del lago, parecía estarle cantando. Cuando la ninfa se dio cuenta de su presencia, guardó silencio y la invitó a que se le acercara, el hada obedeció.
-¡Qué hada tan hermosa! -dijo admirada la ninfa- quisiera ser tan hermosa como tú.
El hada quiso contestarle que era bella y por el contrario, ella era la extraña pero no pudo hacerlo porque sus labios estaban mudos. La ninfa comprendió que el hada no podía hablar.
-Veo que tú también estás condenada como yo.
El hada se extrañó, entonces la ninfa señaló al lago, ahí estaba reflejada la luna.
-Ese es mi hogar y yo no puedo regresar a él -se refirió a la luna.
El hada hizo un gesto indicándole que le dijera el por qué, la ninfa comprendió e hizo su aclaración.
-Realmente soy un destello de la luna, nacemos cada noche por millones y recorremos cada uno el ancho firmamento, pero el día que yo nací y me dispuse a navegar por el cielo, una estrella fugaz chocó conmigo y me mandó a la tierra. Para no desaparecer me trasformé en una ninfa del lago, pero deseo regresar al cielo con mis hermanos y no puedo. Por ello me dedico a contemplar a mi madre luna desde este lugar mientras entono una canción en su honor. Si al menos tuviera polvo del cielo y diamantes de la eternidad podía regresar de nuevo al firmamento.
Conmovida por su historia, el hada quiso decir algo pero en ese instante, el polvo de luz salió una vez más de su boca. Cuando la ninfa lo observó, su rostro se iluminó pues eso que salía de la boca del hada, era precisamente el polvo del cielo que necesitaba.
-Criatura maravillosa -dijo rebosante de alegría- tú me permitirás regresar con mi madre -tomó entre sus manos el polvo del cielo- ahora sólo me falta los cristales de la eternidad que me devolverán mi verdadera esencia.
La pequeña hada recordó sus lágrimas pero se entristeció porque los diamantes en que se habían convertido los tiró pues no supo en ese momento lo que eran. Sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas pues pensó que no podría ayudar a aquel destello y cuando éstas comenzaron a deslizarse por sus mejillas en diamantes se convirtieron.
La ninfa estaba feliz pues al fin podría recuperar su verdadera forma y regresar a su hogar. Lanzó el polvo y los diamantes hacia el centro del lago, justo donde la luna llena se reflejaba. Caminó hasta ahí por sobre el agua sin mojarse, al instante un espiral de energía comenzó a rodearla, su cuerpo empezó a desvanecerse, antes de quedar diluida por completo, le habló al hada.
-Eres tú a quién mi madre luna bendijo con su infinito poder para que a través de ti todos los que como yo, han caído a la tierra, podamos regresar al cielo, representas la esperanza para nosotros, eres una bendición del cielo.
El destello regresó al firmamento del cual había caído y el hada comprendió que lo que en un principio creyó una maldición ahora sabía que era fuente de vida eterna para otros. No se lamentó más, se puso en marcha en busca de más destellos perdidos.



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