Erase una vez en el mundo feérico. Era un
reino que estaba dividido en dos: el de las hadas blancas y el de las hadas
negras.
Era hermoso ver a
esos pequeños seres alados vestidos negros o blancos respectivamente, pero
había una entre todas ellas que destacaba por sus singulares rasgos ya que esa
hada poseía los colores del arcoíris en sus alas y traje.
Las hadas blancas
y negras, asustadas ante lo extraño de la situación, decidieron apartar a su
compañera de las demás. Fueron incapaces de comprender la hermosura de ese
nuevo ser.
Una mañana el hada
iridiscente, se alejó de su hogar, solitaria y triste pues se dio cuenta de que
sus compañeras no la aceptarían debido a su raro color.
Lloró debido a la
tristeza que sentía, su dolor fue silencioso pues de su boca nada salió, sin embargo, cuando sus lágrimas
fluyeron éstas se convirtieron en cristales.
Los cogió y los
observó con extrañeza, nunca había llorado por ello era la primera vez que los
veía, no obstante, esto en nada le ayudó, los tiró y volvió a llorar por su
soledad. A medida que sus lágrimas se hacían más abundantes los cristales se
volvían cada vez más hermosos.
Siguió volando sin
rumbo fijo con el único propósito de alejarse del hogar que la había rechazado,
sus alas la llevaron hasta las cercanías de un hermoso lago, en ese momento ya
se había hecho de noche.
Escuchó que
alguien entonaba una hermosa canción. Decidió acercarse con cautela. Una vez
que pasó la arboleda que le impedía ver con claridad, observó a una ninfa de
tamaño gigante -para la estatura
de ella, un hada era del tamaño de una mariposa-, ésta era hermosa, poseía una enorme cabellera plateada, su piel era tan
blanca que casi parecía albina.
Se encontraba
sentada a la orilla del lago, parecía estarle cantando. Cuando la ninfa se dio
cuenta de su presencia, guardó silencio y la invitó a que se le acercara, el
hada obedeció.
-¡Qué hada tan hermosa! -dijo admirada la ninfa- quisiera ser tan hermosa como tú.
El hada quiso
contestarle que era bella y por el contrario, ella era la extraña pero no pudo
hacerlo porque sus labios estaban mudos. La ninfa comprendió que el hada no
podía hablar.
-Veo que tú también estás condenada
como yo.
El hada se
extrañó, entonces la ninfa señaló al lago, ahí estaba reflejada la luna.
-Ese es mi hogar y yo no puedo
regresar a él -se refirió a la
luna.
El hada hizo un
gesto indicándole que le dijera el por qué, la ninfa comprendió e hizo su
aclaración.
-Realmente soy un destello de la
luna, nacemos cada noche por millones y recorremos cada uno el ancho
firmamento, pero el día que yo nací y me dispuse a navegar por el cielo, una
estrella fugaz chocó conmigo y me mandó a la tierra. Para no desaparecer me
trasformé en una ninfa del lago, pero deseo regresar al cielo con mis hermanos
y no puedo. Por ello me dedico a contemplar a mi madre luna desde este lugar mientras
entono una canción en su honor. Si al menos tuviera polvo del cielo y diamantes
de la eternidad podía regresar de nuevo al firmamento.
Conmovida por su
historia, el hada quiso decir algo pero en ese instante, el polvo de luz salió
una vez más de su boca. Cuando la ninfa lo observó, su rostro se iluminó pues
eso que salía de la boca del hada, era precisamente el polvo del cielo que
necesitaba.
-Criatura maravillosa -dijo rebosante de alegría- tú me permitirás regresar con mi
madre -tomó entre sus
manos el polvo del cielo- ahora sólo me
falta los cristales de la eternidad que me devolverán mi verdadera esencia.
La pequeña hada
recordó sus lágrimas pero se entristeció porque los diamantes en que se habían
convertido los tiró pues no supo en ese momento lo que eran. Sus ojos se
volvieron a llenar de lágrimas pues pensó que no podría ayudar a aquel destello
y cuando éstas comenzaron a deslizarse por sus mejillas en diamantes se
convirtieron.
La ninfa estaba
feliz pues al fin podría recuperar su verdadera forma y regresar a su hogar.
Lanzó el polvo y los diamantes hacia el centro del lago, justo donde la luna
llena se reflejaba. Caminó hasta ahí por sobre el agua sin mojarse, al instante
un espiral de energía comenzó a rodearla, su cuerpo empezó a desvanecerse,
antes de quedar diluida por completo, le habló al hada.
-Eres tú a quién mi madre luna
bendijo con su infinito poder para que a través de ti todos los que como yo,
han caído a la tierra, podamos regresar al cielo, representas la esperanza para
nosotros, eres una bendición del cielo.
El destello
regresó al firmamento del cual había caído y el hada comprendió que lo que en
un principio creyó una maldición ahora sabía que era fuente de vida eterna para
otros. No se lamentó más, se puso en marcha en busca de más destellos perdidos.
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