Y en el último día, el hombre descubrió que él era el
creador del hombre.
Los hijos del hombre dormían. El viento
dejó de silbar. Las estrellas se extinguieron. La última verdad fue descubierta
demasiado tarde. La humanidad pagó un alto precio por ésta.
Después de llegar
al quid de la ciencia y la tecnología y una vez que el universo les reveló
hasta el último de sus secretos, nada quedaba ya.
Cuando creyeron que
tenían que cruzar otras dimensiones para hallar las respuestas que pensaron,
sólo la eternidad poseía, descubrieron que éstas estaban cerca y eran más
evidentes de lo que imaginaron.
Cuando afirmaron
con contundencia que esa entidad metafísica desconocida llamada Dios, era sólo un puñado de neuronas que
respondía a determinados impulsos eléctricos identificados por ellos como plegarias, se declararon como los amos de todo; sin embargo encontraron
que tal entidad existía pero no en la forma que creían.
Cuando supusieron
que el tiempo y el espacio ya no tenían nada más que ofrecerles ya no les quedó
más que regresar hacia atrás. Hasta lo más lejano y profundo: su ser mismo.
En todos esos
millones de años en que la evolución siguió su curso, desde el homínido hasta el
hombre y de éste al humanoide, jamás encontraron lo más simple: su corazón.
Por probar una
cosa y desechar otra, un día, el último día, por casualidad crearon algo que era un hombre y que paradójicamente, no
lo era. Se horrorizaron.
Acostumbrados a su
perfección física, el monstruo que apareció ante sus ojos les fue imposible de
contemplar. Al controlar el espacio-tiempo, como cualquier máquina
rudimentaria, decidieron mandarlo a un pasado donde la humanidad aún no nacía.
Ahí vivió él.
Solo.
Atormentándose.
Preguntándose por
qué lo abandonaron.
Luego de un primer
escrutinio a su nuevo mundo, descubrió que había otra igual a él en un jardín
desolado. Motivados por una fuerza extraña emprendieron juntos un largo
peregrinar en busca de esa, su arcana morada.
Y creó belleza y
fealdad mientras buscando las respuestas estaba. Pobló su nuevo hogar con
tantos seres que al final su búsqueda olvidó ya que otros misterios lo
sedujeron.
El universo debido
a sus ilusorias promesas, le permitió ver por entre los intersticios de su
corazón. Y se creyó más inteligente.
A medida que
avanzaba ese hombre ahora moderno, pero que dentro de sí guardaba algo de aquél
que mucho tiempo atrás fuera dejado a su suerte, empezó a recordar que había
algo que debía hacer pero no sabía con exactitud qué.
Buscó hasta
perderse en los abismos de su memoria. En ese atávico peregrinar, creó,
destruyó e hizo sufrir a sus hermanos. Cuando hizo un alto en su creación,
descubrió lo mucho que había avanzado, el largo tiempo transcurrido y lo poco
que había logrado.
Su alrededor
cambió, él se fue y su hermano quedó pero nada cambiaba. Su búsqueda seguía
siendo vacía, insustancial. Sus jornadas largas fueron. A medida que creaba
realidades inimaginables más se alejaba de sí y de los demás; tan apartado
quedó de los otros que dejó de ser inmune al dolor y la alegría.
La vida siguió, su
creación se volvía tan compleja como peligrosa. Un día todo cambió. Cuando
creyó que al fin hallaría la respuesta a su pregunta, que ya no era tan clara,
su creación se reveló.
Lo nacido de su
ignorancia a pesar de tanto conocimiento acumulado, podía destruirlo todo. Decidió
desaparecer su error y volver a iniciar, aunque le tomara de nueva cuenta una
eternidad. Pero eso ya no sería posible, estaba escrito en los anales del
universo que hasta ese día le daría.
Por primera vez se
horrorizó, no podía ser, no había más que ver, eso que estaba ahí cubierto por líquido amniótico,
era más que un monstruo, era su propio ser deformado por el miedo cuyo reflejo
iba más allá del cristal que lo contenía ¡Qué horror! Pensar que había tantos
como él aún sin nacer.
Con
sólo apretar un botón, lo desapareció mandándolo a un pasado, para ese momento
lejano, pero antes de que su misión tuviera éxito, ese monstruo gritó
desesperado:
¡Padre
por qué me has abandonado!
Su
lamento fue tan estridente, que destruyó ese extraño laboratorio que sostenía
al mundo. Se fueron apagando cada uno de los ordenadores terminando con cada
signo de vida que protegían.
Todo
acabó cuando el último ordenador cayó.
Y en el último
día, el hombre descubrió que él era el creador del hombre.
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