sábado, 16 de julio de 2016

Yolihuani y Ceyaotl


 
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Corría el año décimo cuarto del reinado del quinto hueytlatoani azteca: Moctezuma Ilhuicamina. Rey guerrero, continuador de la orgullosa tradición náhuatl, en parte consolidador de la hegemonía azteca sobre los demás reinos e impulsador de grandes reformas tanto en lo político como en lo social, apoyando -o influenciado-  en gran medida por su hermano Tlacaélel, dicho sea de paso.  
Habían pasado varios años desde que el fundador de la familia real azteca, Acamapichtli, gobernara sobre éstos. Esta raza se hallaba en constantes guerras con los pueblos vecinos, a pesar que eran el grupo más poderoso y mejor armado, no por ello su gente resultaba inmune a los estragos dejados por tantas batallas, aunque orgullosos como lo eran, tenían su muy particular forma de afrontar las cosas. Si sentían dolor lo ocultaban, la tristeza la disimulaban y la muerte la negaban ya que para ellos sólo existía la trascendencia al ver a ésta sólo como un paso antes de llegar a un fin más elevado y eterno.
Entre tantos y tan variados aztecas había una hermosa joven llamada Yolihuani. La guerra, misma que se acostumbró a ver como su estado natural, al igual que los demás, la despojó de su padre: un Caballero Águila de los más fuertes que existían.  Su madre, al enterarse de lo que le había sucedido a su amado, rompió con las reglas de las mujeres, se entrenó como un guerrero para ir a la guerra y traer trofeos humanos en honor de su ser amado.

Demostró una fuerza que creía no tener, peleó valerosamente, según contaron sus compañeros de armas pero al final fue capturada, jamás volvieron a saber de ella. Yolihuani sufrió mucho en un principio pero su dolor fue mesurado, casi secreto hasta que finalmente quedó en un segundo plano. Una vez que sucedió esto último, empezó a reflexionar sobre el sacrificio que había hecho su madre por su padre: ¿cuánto se debe amar a una persona para que se esté dispuesto a romper las reglas sin importar perder la vida? Siempre se lo preguntó, hasta la fecha no había hallado la respuesta.  
Para salvarla de un futuro incierto, su tutor  la llevó a uno de los varios teocallis. En adelante su vida la vivió en el templo del dios Huitzilopochtli, en ese entonces todavía era pequeña. Ahí fue consagrada como cihuaquaquilli, una sacerdotisa del templo que una vez terminada su preparación, estaría presente en actos públicos a la vez que se encargaría de ayudar en todo lo concerniente al mantenimiento del mismo, su vida estaba destinada al claustro.    
Yolihuani poseía una especial devoción por las divinidades femeninas como Coatlicue, Coyolhauhqui y Mayahuel. Cada que se lo permitían, acudía  a sus lugares de culto para ofrecerle la más humilde de sus libaciones agradeciendo además los dones recibidos.
Su vida transcurría sin más contratiempos, sus actividades para nada cambiaban y sólo en los días festivos aumentaban.  
Aunque la pregunta acerca del sacrificio de su madre la seguía persiguiendo, no ocupaba todo su tiempo, en ocasiones hasta se olvidaba del tema. En general, se veía a sí misma como una persona feliz y consumada. Nada más podía pedirle a la vida, se lo había dado todo.
En ese momento estaba a punto de iniciar el mes de Panquetzaliztli dedicado al dios guerrero Huitzilopochtli, guía y fundador del pueblo azteca. Tal festividad coincidía con la llegada de los guerreros que regresaban victoriosos de la batalla contra los tlaxcaltecas, sus eternos rivales; no obstante, el único objetivo de esa última guerra fue el de recolectar prisioneros para sacrificarlos a su dios.
En los últimos meses se habían visto azotados por calamidades de índole natural atribuidas a la cólera del dios, debían aplacar su enojo. Aunque había que admitir que tales guerras siempre guardaban un trasfondo político y económico.
Mientras la procesión de guerreros inundaba las calles principales de la hermosa y florida ciudad, la gran Tenochtitlán, ella se hallaba recolectando flores en el aglomerado mercado. Se centró en lo suyo mientras escuchaba como todos vitoreaban a un guerrero en especial: Ceyaotl.
Encerrada como vivía jamás había tenido ocasión de verlo. Tan grande fue el alboroto que ocasionó la presencia de tan destacado personaje que al final la curiosidad la venció. Se dirigió hasta la avenida principal para saber quién era el aludido.
Lo observó por sólo unos segundos y él, entre los miles que había reunidos en las calles en ese momento, pareció observarla sólo a ella y Yolihuani lo notó aunque lo achacó a su imaginación.
Para ella ese instante fugaz fue suficiente: su pregunta no sólo volvió a su memoria sino que además empezó a volverse clara. Por alguna extraña razón, había quedado prendada de tan gallardo y valiente guerrero, sólo que había un problema: estaba consagrada al templo. No podía enamorarse. No debía. Sus votos de castidad eterna se lo impedían, aun así comenzó a amar en secreto a Ceyaotl.


El día principal del mes de Panquetzaliztli estaba cerca, el sacerdote a cargo del templo en el que ella estaba, la escogió como su ayudante principal. Auxiliaría en el acto público de las libaciones al dios, algo sólo reservado a cihuaquaquillis que se consideraban dignas de tal honor. Esa sería la primera vez que participaría en un evento tan importante, antes había estado en otras ceremonias pero menores.  En ese día también estaría cerca del hueytlatoani Moctezuma Ilhuicamina, como ninguna otra lo había estado antes. Pero por increíble que fuera, eso a ella no le importaba, lo único que tenía en mente es que estaría cerca de Ceyaotl.
…Ceyaotl
En ese tenor, el tan ansiado día llegó. Todos los aztecas lucían alegres y satisfechos como si la guerra sólo fuese un juego del cual siempre saldrían victoriosos y su hegemonía, que apenas empezaba a expandirse, fuera eterna.
 Las calles de Tenochtitlán como siempre estaban llenas de vendedores, madres e hijos, adolescentes ansiosos de ser guerreros consumados, muchachas recatadas aunque en el fondo coquetas, ancianos venerables y demás, todos estaban ansiosos porque comenzaran las festividades.  
Las cihuaquaquillis, entre ellas, Yolihuani, se preparaban en las estancias del templo para el momento esperado. Para Yolihuani era la primera vez en su vida que se sentía nerviosa, es que acaso, ¿pasaría algo?
-2-
Ceyaolt se hallaba con un grupo de amigos platicando acerca de sus múltiples hazañas logradas en el combate. Pertenecía a la raza de los pipiltin, los nobles de la ciudad. Había sido educado como un verdadero príncipe, sus rasgos demasiado conservados y vigorosos lo hacían pasar por un dios encarnado, hasta sus modales, más mesurados que los del resto de sus compañeros, hablaban de su noble cuna, aun así no dejaba de entrar en la plática.
Para todos esos jóvenes, no había algo que fuese imposible, estaban orgullosos de servir tanto a su señor como a su pueblo; pero esa situación no apartaba de su mente el deseo de estar cerca del sexo opuesto. El más solicitado como siempre era Ceyaolt, éste no pensaba en alguien en particular, su atención se enfocaba completamente en la próxima victoria, después de todo, para eso había sido entrenado, ya habría ocasión de seleccionar a la esposa digna de él.
Estaba sumamente abstraído en ese pensamiento hasta que uno de sus compañeros le hizo burla acerca de una joven pipiltin que lo único que añoraba en la vida era ser su esposa. El recordó entonces a la chica aludida y lo bella que se había vuelto con el transcurrir del tiempo, aun así, no era de su tipo. No era su destino.
Todos estaban tan concentrados en ponerles rostro a sus futuras esposas cuando fueron llamados por el sonido de un caracol para que saliesen a la plaza principal. La ceremonia donde no sólo se alabaría al dios sino que además se celebraría públicamente sus logros, estaba a punto de iniciar.   
   -3-
Todas las cihuaquaquillis estaban listas para iniciar el camino hacia la plaza principal según lo ensayado. De alguna forma, ellas serían en unos instantes más, el centro de atención. Su belleza y sus atuendos de gala no solían pasar desapercibidos. De todas, Yolihuani sería sin duda la más notada.
Los caracoles dieron el llamado. Comenzaron a salir del templo. Iban alineadas en dos filas y Yolihuani por ser la más destacada estaba al frente de todas. Cada una estaba ataviada con mantos blancos cubiertos por un quechquemitl, en sus vestimentas llevaban flores de muy diversos colores, sobre sus manos traían unas charolas con guirnaldas. Yolihuani sería la encargada de entregar al sacerdote la más especial de las  guirnaldas, que sería para Ceyaolt, como señal no sólo de triunfo en la batalla sino que lo distinguiría como el guerrero más destacado en el combate, un tiacahuan.
El sacerdote fue caminando por la fila de guerreros mientras los cihuaquaquillis iban acercándosele para entregárselas. Mientras, Yolihuani esperaba por el momento cumbre. Ceyaolt por ser el más vitoreado fue el último.
Para él, el procedimiento fue el mismo, lo único que varió fue que además de que hubo más aplausos, en un parpadeo, Ceyaolt giró levemente su cabeza. Se encontró con la diáfana mirada de Yolihuani. Fue instantáneo. Ambos lo supieron en ese momento.
El amor había llegado a sus corazones.
La ceremonia continuó. El sacerdote ayudado por las cihuaquaquillis, en especial por Yolihuani, llevó a cabo las libaciones al dios Huitzilopochtli. Luego se acomodaron para dar lugar a su gobernante quien fue partícipe del ensalzamiento de los guerreros. Yolihuani observó desde su lugar privilegiado en la plaza en el que se había quedado, cómo Ceyaolt era galardonado por el mismo hueytlatoani, ya que Moctezuma Ilhuicamina se había forjado como ahora lo hacía el joven Ceyaolt. 
Todo el mundo gritaba y aplaudía. El ánimo iba en aumento. Una vez que el hueytlatoani terminó de saludarlo personalmente, Ceyaolt se volteó, alzó el brazo a puño cerrado en señal de triunfo y orgullo. Todos se unieron a su felicidad. Él recorrió con su mirada a todos los presentes hasta toparse con la de Yolihuani que lo observaba imperturbablemente debido a que tenía prohibido  expresar emociones efusivas en cualquier situación.
Después de que Moctezuma Ilhuicamina realizó el obligado panegírico a los valerosos guerreros en particular, al orgullo de su raza en general además de que alabó al dios celebrado, la gente poco a poco se fue dispersando hasta que finalmente quedaron unos cuantos.
Las cihuaquaquillis debían regresar al templo, Yolihuani se retrazó debido a que debía rellenar sus charola con flores que posteriormente necesitaría. Se dirigió hasta el puesto de una anciana mujer, que de antemano sabía que debía surtirla. Una vez que su tarea quedó hecha,  emprendió el camino de regreso.
Una frágil flor salió volando. Se vio imposibilitada para alcanzarla ya que el viento comenzó a juguetear con ésta. Creyó que la perdería cuando un brazo firme se alzó para atraparla. Yolihuani conocía a la perfección ese brazo: era el mismo que se había alzado triunfante tan solo momentos antes.
-Esto es tuyo -dijo amablemente Ceyaolt.
-Gracias -contestó un tanto sorprendida de verlo ahí, sobre todo, de estar intercambiando palabras con él.
-¿Podría saber tu nombre?
-Yolihuani.
-El mío supongo que ya lo sabes.
>>Ceyaolt, ¡qué hermoso! -pensó ella-. Me tengo que ir.
-¿Podremos vernos nuevamente? -la tomó con suavidad del brazo.
-Me temo que no. Sabes que las cihuaquaquillis tenemos prohibido eso.
-Y los guerreros tenemos prohibido distraernos en algo que no sea la batalla pero henos aquí. Por favor.  El lago. Mañana al caer el sol.
-Yo…
-Inténtalo. Ahí te esperaré… Yolihuani.
-4-
Yolihuani tuvo que salir a hurtadillas del templo. Llegó. No había nadie ¿Acaso había sido un engaño? Descartó tal posibilidad rápidamente puesto que no había razón para ello. Para un guerrero era lo peor que podía hacer.  
No se percató en qué momento Ceyaolt colocó las manos sobre sus ojos por detrás de su persona. Después de los breves minutos de nerviosismo, platicaron de cosas triviales como el estado del tiempo o la guerra, todo con el fin de iniciar en algún momento el verdadero objeto de esa entrevista, aunque había que admitir que en esa primera reunión muy poco fue lo que se dijeron. Sólo se observaron y observaron a su alrededor felices de estar viviendo ese extraño pero a la vez maravilloso instante.
Tímidamente se tomaron de las manos. Ceyaolt estaba consciente de que Yolihuani le estaba vedada pero el amor le llegó brusco e imprevisto. Por su parte a Yolihuani no la estaba pasando mejor, sabía que de ser descubierta implicaba la muerte. Temió y se arrepintió de temer, recordó entonces el sacrificio de su madre.
El sacrificio…
 -Huyamos -dijo Ceyaolt.
Huir. Eso implicaba acabar con todo, inclusive con su honor de guerrero. ¿De verdad estaba escuchando tal cosa o sólo era un sueño sin sentido? De todas las faltas que podían cometer esa era la peor.
Y aun así…
-Acepto.
Planearon la huida como si todo el universo fuese a conspirar para ayudarlos. A sólo días de distancia, ambos se encontraban demasiado ansiosos como para no ser notados, tuvieron que hacer un esfuerzo extremo para guardar las apariencias.
Empezarían de nuevo como si de dos personas distintas se tratase. Esperaron con paciencia a que el momento llegase. Cuando así sucedió todo estaba listo, pero con ese día llegó también una nueva guerra contra los tlaxcaltecas, sus antípodas por naturaleza, ésta última fue tan inesperada como su huida. Guerra a la que Ceyaolt estando aún ahí no podía negarse. Si tan sólo hubieran huido antes pero en ese momento, no.
Partió al frente de los guerreros.
Yolihuani tuvo que fingir indiferencia como nunca antes, fue parte del cortejo que los despidió. Las cihuaquaquillis estaban ahí, junto a ella: hermosas, orgullosas, indiferentes. Sólo ella  sufría.
Ceyaolt fue el único que se percató de su dolor porque él mismo era la causa de ese sufrimiento. Juró en secreto que regresaría victorioso ya no por su pueblo sino por ella, su amada. Antes no le hubiera importado perder la vida, no así ahora. Por la hermosa Yolihuani todo lo haría, incluso vivir, vivir verdaderamente. 
-5-
La guerra se prolongó. Los tlaxcaltecas estaban más fuertes que nunca pues su odio por los aztecas les dio la fuerza que antes no tenían, por su parte, a los aztecas no les fue tan fácil como creyeron en un principio.
Al final ganaron pero con más bajas de las que esperaban, además Ceyaolt cayó en medio de la batalla, sus compañeros no tuvieron tiempo de auxiliarlo. Entre tanta polvareda provocada por el choque de ambos ejércitos, el guerrero desapareció, dieron por hecho que el enemigo lo tomó prisionero, siendo así, todos sus amigos lo creyeron muerto.
La noticia llegó rápido hasta la ciudad quien se vistió de luto. Al enterarse Yolihuani, perdió el sentido debido al impacto que tal información ocasionó en su corazón. Por días no reaccionó, su mejor amiga, en todo momento estuvo con ella.
Al volver de la inconsciencia ya no era la misma, se volvió sombría y taciturna. Jamás nadie entendió a qué se debió su dolor. Ella oró, suplicó e imploró a los dioses pero los oídos de éstos parecían sordos a sus oraciones.
Una noche, mientras se consumía en el dolor, escuchó como una voz femenina que provenía de la nada, le dijo:
-Si de verdad deseas que él vuelva, haz un sacrificio a Mictlantecuhtli, dios del submundo.
-¿Qué clase de sacrificio? -preguntó anonadada.
-Lo más valioso que tengas para entregar de tu persona.
Se sorprendió todavía más al escuchar tal respuesta. No lo dudó, sabía que debía hacerlo, por él.  
El  sacrificio debía ser secreto de otra forma se arriesgaría a ser descubierta arruinando sus planes. De esta manera, con sus atavíos de cihuaquaquilli corrió al lago que bordeaba la ciudad. Estando en su parte más profunda y solitaria, sin más que pensar se arrojó para ya no salir.
Días después el pueblo azteca amaneció con la noticia de que su mejor guerrero, Ceyaolt, había logrado escapar de sus captores. Por algún tiempo estuvo en convalecencia, cuando se restableció lo primero que hizo fue buscar a Yolihuani. La mejor amiga de ésta fue la única que terminó por sospechar lo que estaba pasando, no tuvo más opción que confesarle el trágico destino sufrido por la cihuaquaquilli.
Nadie que no fuera del templo lo sabía, sólo él.
Ceyaolt no soportó el peso de tal revelación, en cuanto pudo fue al lugar de la muerte de Yolihuani. Tan profundo fue su dolor silente que una extraña mujer que venía por la vereda lo notó.
-Ven conmigo -dijo ella. Él se dejó llevar como si de un muerto viviente se tratase.
Caminaron por largo rato hasta llegar a una oscura y profunda cueva. La mujer que iba adelante, se detuvo, se giró con parsimonia, le dijo:
-Te advierto que de continuar tal vez ya no regreses.
-Sin ella nada importa.
Lo invitó a entrar. Descendieron. Se trataba de un lugar frío y oscuro que se iba haciendo más y más amplio a medida que descendían. De pronto, Ceyaolt observó un cuerpo luminoso: se trataba de Yolihuani.
Lucía hermosa como siempre pero al acercarse y palparla, aparte del insólito brillo que cubría por completo su cuerpo algo más extraño había en ella: se sentía fría, su mirada estaba perdida, además de que estaba mojada. Parecía como si estuviera muerta en vida. Quiso retornar con ella pero el cuerpo de su amada estaba flácido, cualquier intento de moverla resultaría contraproducente.
La mujer que lo guiara hasta ese ignoto lugar habló entonces. A pesar de que físicamente era similar al común de las mujeres de su raza algo había ella que la hacía distinta. Inmortal.  Su timbre fue sereno y maternal.
-Ella pertenece ahora al Mictlán. El mundo que está regido por mi señor Mictlantecuhtli. No puede salir.
-No la dejaré aquí. Ella no debe estar en este lugar.
-¿Tan fuerte es tu amor por ella?
Sólo asintió. Ella le indicó en silencio que la siguiera dejando a su amada ahí. Fría. Inerte. Lo condujo por senderos más inhóspitos y subterráneos de lo que cualquier mortal hubiese imaginado que existían. Llegaron hasta un amplio recinto cubierto por luces mortecinas que parecían no provenir de parte alguna. Ahí mismo había un solio cubierto por una gran cortina oscura, la sombra del alguien se proyectaba del otro lado. No se dejó ver. Sólo habló con voz gutural.
-La mujer que pretendes sacar de este mundo, me pertenece pues personalmente ha entregado su espíritu, no puedo permitir que algo que así sucedió sea deshecho.
-¿Qué puedo hacer señor de las profundidades para revertir tal situación?
-Si la sacas de aquí, morirá y si tú te quedas por más tiempo entonces también morirás y serás como ella, entonces su sacrificio no tendrá caso ya que ambos perderán su espíritu. Sólo tienes un camino, serás capaz…
-No importa de qué se trate, lo haré.
-Si tan decidido estás, entonces regresarás a tu mundo, deberás probar que de verdad el amor que sientes por ella es fuerte y vale la pena que  regrese. Tendrás que encontrarla pero ya no será la misma. Debes ser capaz de localizar su espíritu antes de que anochezca tres veces. Si no lo logras nunca más la verás y tendrás que entregarme tu espíritu pues ha sido tocado por la oscuridad, ¿estás dispuesto a correr el riesgo aun sabiendo que lo perderás todo si no lo logras?
-Sí.
-Entonces…
Ceyaolt regresó al lago. Pensó que había sido sólo un sueño. Recordó entonces los tres anocheceres. A Yolihuani. Tenía que buscarla. No podía resignarse al hecho de que estaba muerta. Volvió al centro de la ciudad. Miró a tanta gente tan disímil entre sí deteniéndose en los jóvenes rostros femeninos buscando a aquella que se le pareciera ante la extrañeza de todos los que le rodeaban.
Cuando más concentrado en su tarea estaba, alguien jaló con timidez de su vestimenta. Se trataba de una anciana. Ésta le pidió que le ayudara a llegar al templo principal ya que no podía ver con claridad. Él aunque comúnmente generoso y solícito, en ese momento no se hallaba en condiciones de prestar socorro a alguien más que no fuera Yolihuani. Ni siquiera pensó en dejar a la pobre mujer abandonada a suerte. Buscó a alguien que la ayudara, a pesar de estar rodeado de tanta gente, extrañamente nadie se prestó para realizar tan sencillo favor. No tuvo más opción que hacerlo él.
Al llegar la mujer le agradeció pero Ceyaolt ya no la escuchó. Volvió para buscar a su amada. Así pasó la primera noche. Nada.
El segundo día comenzó a correr. Siguió buscándola con desesperación rompiendo sus propias reglas, no obtuvo resultados. Entonces la anciana volvió a aparecer en su camino, en esa ocasión le pidió que le comprara algunas cosas. Ceyaolt empezó a desesperarse, ¿por qué esa anciana parecía verlo sólo a él para pedirle ayuda? ¿Por qué? Deseó que en lugar de ella, el dios le mostrara el camino para llegar a su amada.
A regañadientes llevó a la anciana hasta la plaza en donde estaban todos los venderos ofreciendo sus productos, ahí la dejó. Estaba a punto de retirarse pero al verla sola y desvalida no tuvo más opción que ayudarle. Debido a que el lugar era grande y que ella requería varias cosas, invirtió mucho tiempo; cuando hubo finalizado siguió buscando a su amada. Al caer la tarde, luego la noche, lloró al pie de un árbol bajo el cobijo de las estrellas. Sus esperanzas empezaban a esfumarse.
Como el humo.
Como los espíritus.
Como ella.
-6-
El último día comenzó a correr.
Él siguió buscándola pero nada parecía suceder. Para ese entonces ya había buscado en cuanto rostro femenino conocía sin obtener una sola señal. Nada que le indicara que en alguno de éstos habitaba su amada.

Cuando la tarde comenzó a morir la anciana volvió a aparecer en su camino. Lucía más cansada que nunca. Una vez más pidió su ayuda, esta vez deseaba ir al lago.
Al lago…
Ese lugar donde su amada se había inmolado por él. Estaba consciente de que si la llevaba ya no habría tiempo para él, todo estaría perdido. Todo. ¿Lo haría o no?
Miró a la anciana. Su rostro lucía desesperado como si el ir o no ir fuera de vida o muerte. No supo por qué entendió su desesperación. Estaba decidido. Lo haría. De cualquier forma, al menos para él, ya no había esperanza.
Llegó con ella hasta el lago. Miró extrañado cómo la anciana se arrodilló, comenzó a derramar lágrimas silentes sin razón aparente justo en el lugar donde le dijeron, había muerto Yolihuani.
Se inclinó para secar su llanto, era lo menos que podía hacer por ella.
-¿Por qué llora?
-Porque tengo la sensación de que he perdido algo pero no sé qué exactamente.
Al tocar verdaderamente esas cansadas manos, él sintió una descarga eléctrica. Algo que no había sentido antes.
Dulce.
Cálido.
Eterno. 
Entonces lo supo. Su amada siempre estuvo cerca de él sin saberlo, fue ella misma la que le mostró el camino.
-¿Y-Yolihuani?...
En cuanto su mente se aclaró algo comenzó a suceder con ella. Empezó a transformarse, rejuvenecer. Ahí estaba ella otra vez. Yolihuani se extrañó de estar nuevamente con vida y a su lado. Lo miró, él le devolvió esa cálida mirada.
-Tengo frío -fue lo único que dijo ella con voz apenas audible.
Él la arropó en sus brazos. Se quedaron así por largo rato. La noche llegó sin que se dieran cuenta. Observaron el cintilar de las estrellas. Si habían pasado la prueba con los inmortales, quizá, sólo quizá, la pasaran con los mortales.


2 comentarios:

  1. Yo no soy mucho para los cuentos, o historias románticas, y mucho menos para los nombres de los aztecas, los mayas y todos estos personajes de nuestro pasado precolombino, pero me gustó mucho la historia. Es ágil. No se deteniene en descripciones y eso hace el relato avanzar a gran velocidad.
    Una historia de amor de aquellos tiempos lejanos, muy bien contada porque te ubica en el contexto.
    Muy bien, Adriana.

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    1. Gracias. Es mi versión azteca de Orfeo y Eurídice pero con final feliz.

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