-1-
Corría el año décimo cuarto del reinado del quinto
hueytlatoani azteca: Moctezuma Ilhuicamina. Rey guerrero, continuador de la orgullosa
tradición náhuatl, en parte consolidador de la hegemonía azteca sobre los demás
reinos e impulsador de grandes reformas tanto en lo político como en lo social,
apoyando -o influenciado- en gran medida
por su hermano Tlacaélel, dicho sea de paso.
Habían pasado varios años
desde que el fundador de la familia real azteca, Acamapichtli, gobernara sobre éstos.
Esta raza se hallaba en constantes guerras con los pueblos vecinos, a pesar que
eran el grupo más poderoso y mejor armado, no por ello su gente resultaba
inmune a los estragos dejados por tantas batallas, aunque orgullosos como lo
eran, tenían su muy particular forma de afrontar las cosas. Si sentían dolor lo
ocultaban, la tristeza la disimulaban y la muerte la negaban ya que para ellos
sólo existía la trascendencia al ver a ésta sólo como un paso antes de llegar a
un fin más elevado y eterno.
Entre tantos y tan variados
aztecas había una hermosa joven llamada Yolihuani. La guerra, misma que se
acostumbró a ver como su estado natural, al igual que los demás, la despojó de
su padre: un Caballero Águila de los más fuertes que existían. Su madre, al enterarse de lo que le había
sucedido a su amado, rompió con las reglas de las mujeres, se entrenó como un
guerrero para ir a la guerra y traer trofeos humanos en honor de su ser amado.
Demostró una fuerza que creía
no tener, peleó valerosamente, según contaron sus compañeros de armas pero al
final fue capturada, jamás volvieron a saber de ella. Yolihuani sufrió mucho en
un principio pero su dolor fue mesurado, casi secreto hasta que finalmente quedó
en un segundo plano. Una vez que sucedió esto último, empezó a reflexionar
sobre el sacrificio que había hecho su madre por su padre: ¿cuánto se debe amar
a una persona para que se esté dispuesto a romper las reglas sin importar
perder la vida? Siempre se lo preguntó, hasta la fecha no había hallado la
respuesta.
Para salvarla de un futuro
incierto, su tutor la llevó a uno de los
varios teocallis. En adelante su vida la vivió en el templo del dios
Huitzilopochtli, en ese entonces todavía era pequeña. Ahí fue consagrada como
cihuaquaquilli, una sacerdotisa del templo que una vez terminada su
preparación, estaría presente en actos públicos a la vez que se encargaría de
ayudar en todo lo concerniente al mantenimiento del mismo, su vida estaba
destinada al claustro.
Yolihuani poseía una especial
devoción por las divinidades femeninas como Coatlicue, Coyolhauhqui y Mayahuel.
Cada que se lo permitían, acudía a sus
lugares de culto para ofrecerle la más humilde de sus libaciones agradeciendo
además los dones recibidos.
Su vida transcurría sin más
contratiempos, sus actividades para nada cambiaban y sólo en los días festivos
aumentaban.
Aunque la pregunta acerca del
sacrificio de su madre la seguía persiguiendo, no ocupaba todo su tiempo, en
ocasiones hasta se olvidaba del tema. En general, se veía a sí misma como una
persona feliz y consumada. Nada más podía pedirle a la vida, se lo había dado
todo.
En ese momento estaba a punto
de iniciar el mes de Panquetzaliztli dedicado al dios guerrero Huitzilopochtli,
guía y fundador del pueblo azteca. Tal festividad coincidía con la llegada de
los guerreros que regresaban victoriosos de la batalla contra los tlaxcaltecas,
sus eternos rivales; no obstante, el único objetivo de esa última guerra fue el
de recolectar prisioneros para sacrificarlos a su dios.
En los últimos meses se habían
visto azotados por calamidades de índole natural atribuidas a la cólera del
dios, debían aplacar su enojo. Aunque había que admitir que tales guerras
siempre guardaban un trasfondo político y económico.
Mientras la procesión de
guerreros inundaba las calles principales de la hermosa y florida ciudad, la
gran Tenochtitlán, ella se hallaba recolectando flores en el aglomerado mercado.
Se centró en lo suyo mientras escuchaba como todos vitoreaban a un guerrero en
especial: Ceyaotl.
Encerrada como vivía jamás
había tenido ocasión de verlo. Tan grande fue el alboroto que ocasionó la
presencia de tan destacado personaje que al final la curiosidad la venció. Se
dirigió hasta la avenida principal para saber quién era el aludido.
Lo observó por sólo unos
segundos y él, entre los miles que había reunidos en las calles en ese momento,
pareció observarla sólo a ella y Yolihuani lo notó aunque lo achacó a su
imaginación.
Para ella ese instante fugaz fue
suficiente: su pregunta no sólo volvió a su memoria sino que además empezó a
volverse clara. Por alguna extraña razón, había quedado prendada de tan
gallardo y valiente guerrero, sólo que había un problema: estaba consagrada al
templo. No podía enamorarse. No debía. Sus votos de castidad eterna se lo
impedían, aun así comenzó a amar en secreto a Ceyaotl.
El día principal del mes de Panquetzaliztli estaba
cerca, el sacerdote a cargo del templo en el que ella estaba, la escogió como
su ayudante principal. Auxiliaría en el acto público de las libaciones al dios,
algo sólo reservado a cihuaquaquillis que se consideraban dignas de tal honor.
Esa sería la primera vez que participaría en un evento tan importante, antes
había estado en otras ceremonias pero menores.
En ese día también estaría cerca del hueytlatoani Moctezuma Ilhuicamina,
como ninguna otra lo había estado antes. Pero por increíble que fuera, eso a
ella no le importaba, lo único que tenía en mente es que estaría cerca de
Ceyaotl.
…Ceyaotl
En ese tenor, el tan ansiado día
llegó. Todos los aztecas lucían alegres y satisfechos como si la guerra sólo
fuese un juego del cual siempre saldrían victoriosos y su hegemonía, que apenas
empezaba a expandirse, fuera eterna.
Las calles de Tenochtitlán como siempre estaban
llenas de vendedores, madres e hijos, adolescentes ansiosos de ser guerreros
consumados, muchachas recatadas aunque en el fondo coquetas, ancianos
venerables y demás, todos estaban ansiosos porque comenzaran las festividades.
Las cihuaquaquillis, entre
ellas, Yolihuani, se preparaban en las estancias del templo para el momento
esperado. Para Yolihuani era la primera vez en su vida que se sentía nerviosa,
es que acaso, ¿pasaría algo?
-2-
Ceyaolt se hallaba con un
grupo de amigos platicando acerca de sus múltiples hazañas logradas en el
combate. Pertenecía a la raza de los pipiltin, los nobles de la ciudad. Había
sido educado como un verdadero príncipe, sus rasgos demasiado conservados y
vigorosos lo hacían pasar por un dios encarnado, hasta sus modales, más
mesurados que los del resto de sus compañeros, hablaban de su noble cuna, aun
así no dejaba de entrar en la plática.
Para todos esos jóvenes, no
había algo que fuese imposible, estaban orgullosos de servir tanto a su señor
como a su pueblo; pero esa situación no apartaba de su mente el deseo de estar
cerca del sexo opuesto. El más solicitado como siempre era Ceyaolt, éste no
pensaba en alguien en particular, su atención se enfocaba completamente en la
próxima victoria, después de todo, para eso había sido entrenado, ya habría
ocasión de seleccionar a la esposa digna de él.
Estaba sumamente abstraído en
ese pensamiento hasta que uno de sus compañeros le hizo burla acerca de una joven
pipiltin que lo único que añoraba en la vida era ser su esposa. El recordó
entonces a la chica aludida y lo bella que se había vuelto con el transcurrir
del tiempo, aun así, no era de su tipo. No era su destino.
Todos estaban tan concentrados
en ponerles rostro a sus futuras esposas cuando fueron llamados por el sonido
de un caracol para que saliesen a la plaza principal. La ceremonia donde no
sólo se alabaría al dios sino que además se celebraría públicamente sus logros,
estaba a punto de iniciar.
-3-
Todas las cihuaquaquillis
estaban listas para iniciar el camino hacia la plaza principal según lo
ensayado. De alguna forma, ellas serían en unos instantes más, el centro de
atención. Su belleza y sus atuendos de gala no solían pasar desapercibidos. De
todas, Yolihuani sería sin duda la más notada.
Los caracoles dieron el
llamado. Comenzaron a salir del templo. Iban alineadas en dos filas y Yolihuani
por ser la más destacada estaba al frente de todas. Cada una estaba ataviada
con mantos blancos cubiertos por un quechquemitl, en sus vestimentas llevaban
flores de muy diversos colores, sobre sus manos traían unas charolas con
guirnaldas. Yolihuani sería la encargada de entregar al sacerdote la más
especial de las guirnaldas, que sería para
Ceyaolt, como señal no sólo de triunfo en la batalla sino que lo distinguiría
como el guerrero más destacado en el combate, un tiacahuan.
El sacerdote fue caminando por
la fila de guerreros mientras los cihuaquaquillis iban acercándosele para
entregárselas. Mientras, Yolihuani esperaba por el momento cumbre. Ceyaolt por
ser el más vitoreado fue el último.
Para él, el procedimiento fue
el mismo, lo único que varió fue que además de que hubo más aplausos, en un
parpadeo, Ceyaolt giró levemente su cabeza. Se encontró con la diáfana mirada
de Yolihuani. Fue instantáneo. Ambos lo supieron en ese momento.
El amor había llegado a sus
corazones.
La ceremonia continuó. El
sacerdote ayudado por las cihuaquaquillis, en especial por Yolihuani, llevó a
cabo las libaciones al dios Huitzilopochtli. Luego se acomodaron para dar lugar
a su gobernante quien fue partícipe del ensalzamiento de los guerreros. Yolihuani
observó desde su lugar privilegiado en la plaza en el que se había quedado,
cómo Ceyaolt era galardonado por el mismo hueytlatoani, ya que Moctezuma Ilhuicamina
se había forjado como ahora lo hacía el joven Ceyaolt.
Todo el mundo gritaba y
aplaudía. El ánimo iba en aumento. Una vez que el hueytlatoani terminó de
saludarlo personalmente, Ceyaolt se volteó, alzó el brazo a puño cerrado en
señal de triunfo y orgullo. Todos se unieron a su felicidad. Él recorrió con su
mirada a todos los presentes hasta toparse con la de Yolihuani que lo observaba
imperturbablemente debido a que tenía prohibido expresar emociones efusivas en cualquier
situación.
Después de que Moctezuma Ilhuicamina
realizó el obligado panegírico a los valerosos guerreros en particular, al
orgullo de su raza en general además de que alabó al dios celebrado, la gente
poco a poco se fue dispersando hasta que finalmente quedaron unos cuantos.
Las cihuaquaquillis debían
regresar al templo, Yolihuani se retrazó debido a que debía rellenar sus
charola con flores que posteriormente necesitaría. Se dirigió hasta el puesto
de una anciana mujer, que de antemano sabía que debía surtirla. Una vez que su
tarea quedó hecha, emprendió el camino
de regreso.
Una frágil flor salió volando.
Se vio imposibilitada para alcanzarla ya que el viento comenzó a juguetear con
ésta. Creyó que la perdería cuando un brazo firme se alzó para atraparla.
Yolihuani conocía a la perfección ese brazo: era el mismo que se había alzado
triunfante tan solo momentos antes.
-Esto es tuyo -dijo amablemente Ceyaolt.
-Gracias -contestó un tanto sorprendida
de verlo ahí, sobre todo, de estar intercambiando palabras con él.
-¿Podría saber tu nombre?
-Yolihuani.
-El mío supongo que ya lo sabes.
>>Ceyaolt, ¡qué hermoso! -pensó ella-. Me tengo que ir.
-¿Podremos vernos nuevamente? -la tomó con suavidad del brazo.
-Me temo que no. Sabes que las cihuaquaquillis tenemos
prohibido eso.
-Y los guerreros tenemos prohibido distraernos en algo
que no sea la batalla pero henos aquí. Por favor. El lago. Mañana al caer el sol.
-Yo…
-Inténtalo. Ahí te esperaré… Yolihuani.
-4-
Yolihuani tuvo que salir a
hurtadillas del templo. Llegó. No había nadie ¿Acaso había sido un engaño? Descartó
tal posibilidad rápidamente puesto que no había razón para ello. Para un guerrero
era lo peor que podía hacer.
No se percató en qué momento
Ceyaolt colocó las manos sobre sus ojos por detrás de su persona. Después de
los breves minutos de nerviosismo, platicaron de cosas triviales como el estado
del tiempo o la guerra, todo con el fin de iniciar en algún momento el verdadero
objeto de esa entrevista, aunque había que admitir que en esa primera reunión
muy poco fue lo que se dijeron. Sólo se observaron y observaron a su alrededor
felices de estar viviendo ese extraño pero a la vez maravilloso instante.
Tímidamente se tomaron de las
manos. Ceyaolt estaba consciente de que Yolihuani le estaba vedada pero el amor
le llegó brusco e imprevisto. Por su parte a Yolihuani no la estaba pasando
mejor, sabía que de ser descubierta implicaba la muerte. Temió y se arrepintió
de temer, recordó entonces el sacrificio de su madre.
El sacrificio…
-Huyamos -dijo Ceyaolt.
Huir. Eso implicaba acabar con
todo, inclusive con su honor de guerrero. ¿De verdad estaba escuchando tal cosa
o sólo era un sueño sin sentido? De todas las faltas que podían cometer esa era
la peor.
Y aun así…
-Acepto.
Planearon la huida como si
todo el universo fuese a conspirar para ayudarlos. A sólo días de distancia,
ambos se encontraban demasiado ansiosos como para no ser notados, tuvieron que
hacer un esfuerzo extremo para guardar las apariencias.
Empezarían de nuevo como si de
dos personas distintas se tratase. Esperaron con paciencia a que el momento
llegase. Cuando así sucedió todo estaba listo, pero con ese día llegó también
una nueva guerra contra los tlaxcaltecas, sus antípodas por naturaleza, ésta última
fue tan inesperada como su huida. Guerra a la que Ceyaolt estando aún ahí no podía
negarse. Si tan sólo hubieran huido antes pero en ese momento, no.
Partió al frente de los
guerreros.
Yolihuani tuvo que fingir
indiferencia como nunca antes, fue parte del cortejo que los despidió. Las
cihuaquaquillis estaban ahí, junto a ella: hermosas, orgullosas, indiferentes.
Sólo ella sufría.
Ceyaolt fue el único que se
percató de su dolor porque él mismo era la causa de ese sufrimiento. Juró en
secreto que regresaría victorioso ya no por su pueblo sino por ella, su amada. Antes
no le hubiera importado perder la vida, no así ahora. Por la hermosa Yolihuani
todo lo haría, incluso vivir, vivir verdaderamente.
-5-
La guerra se prolongó. Los
tlaxcaltecas estaban más fuertes que nunca pues su odio por los aztecas les dio
la fuerza que antes no tenían, por su parte, a los aztecas no les fue tan fácil
como creyeron en un principio.
Al final ganaron pero con más
bajas de las que esperaban, además Ceyaolt cayó en medio de la batalla, sus
compañeros no tuvieron tiempo de auxiliarlo. Entre tanta polvareda provocada
por el choque de ambos ejércitos, el guerrero desapareció, dieron por hecho que
el enemigo lo tomó prisionero, siendo así, todos sus amigos lo creyeron muerto.
La noticia llegó rápido hasta
la ciudad quien se vistió de luto. Al enterarse Yolihuani, perdió el sentido debido
al impacto que tal información ocasionó en su corazón. Por días no reaccionó,
su mejor amiga, en todo momento estuvo con ella.
Al volver de la inconsciencia ya
no era la misma, se volvió sombría y taciturna. Jamás nadie entendió a qué se
debió su dolor. Ella oró, suplicó e imploró a los dioses pero los oídos de éstos
parecían sordos a sus oraciones.
Una noche, mientras se
consumía en el dolor, escuchó como una voz femenina que provenía de la nada, le
dijo:
-Si de verdad deseas que él vuelva, haz un sacrificio a
Mictlantecuhtli, dios del submundo.
-¿Qué clase de sacrificio? -preguntó anonadada.
-Lo más valioso que tengas para entregar de tu persona.
Se sorprendió todavía más al
escuchar tal respuesta. No lo dudó, sabía que debía hacerlo, por él.
El sacrificio debía ser secreto de otra forma se
arriesgaría a ser descubierta arruinando sus planes. De esta manera, con sus
atavíos de cihuaquaquilli corrió al lago que bordeaba la ciudad. Estando en su
parte más profunda y solitaria, sin más que pensar se arrojó para ya no salir.
Días después el pueblo azteca
amaneció con la noticia de que su mejor guerrero, Ceyaolt, había logrado
escapar de sus captores. Por algún tiempo estuvo en convalecencia, cuando se restableció
lo primero que hizo fue buscar a Yolihuani. La mejor amiga de ésta fue la única
que terminó por sospechar lo que estaba pasando, no tuvo más opción que
confesarle el trágico destino sufrido por la cihuaquaquilli.
Nadie que no fuera del templo
lo sabía, sólo él.
Ceyaolt no soportó el peso de
tal revelación, en cuanto pudo fue al lugar de la muerte de Yolihuani. Tan
profundo fue su dolor silente que una extraña mujer que venía por la vereda lo
notó.
-Ven conmigo -dijo ella. Él se dejó llevar
como si de un muerto viviente se tratase.
Caminaron por largo rato hasta
llegar a una oscura y profunda cueva. La mujer que iba adelante, se detuvo, se
giró con parsimonia, le dijo:
-Te advierto que de continuar tal vez ya no regreses.
-Sin ella nada importa.
Lo invitó a entrar.
Descendieron. Se trataba de un lugar frío y oscuro que se iba haciendo más y
más amplio a medida que descendían. De pronto, Ceyaolt observó un cuerpo
luminoso: se trataba de Yolihuani.
Lucía hermosa como siempre
pero al acercarse y palparla, aparte del insólito brillo que cubría por
completo su cuerpo algo más extraño había en ella: se sentía fría, su mirada
estaba perdida, además de que estaba mojada. Parecía como si estuviera muerta
en vida. Quiso retornar con ella pero el cuerpo de su amada estaba flácido,
cualquier intento de moverla resultaría contraproducente.
La mujer que lo guiara hasta
ese ignoto lugar habló entonces. A pesar de que físicamente era similar al
común de las mujeres de su raza algo había ella que la hacía distinta.
Inmortal. Su timbre fue sereno y
maternal.
-Ella pertenece ahora al Mictlán. El mundo que está
regido por mi señor Mictlantecuhtli. No puede salir.
-No la dejaré aquí. Ella no debe estar en este lugar.
-¿Tan fuerte es tu amor por ella?
Sólo asintió. Ella le indicó
en silencio que la siguiera dejando a su amada ahí. Fría. Inerte. Lo condujo
por senderos más inhóspitos y subterráneos de lo que cualquier mortal hubiese
imaginado que existían. Llegaron hasta un amplio recinto cubierto por luces
mortecinas que parecían no provenir de parte alguna. Ahí mismo había un solio
cubierto por una gran cortina oscura, la sombra del alguien se proyectaba del
otro lado. No se dejó ver. Sólo habló con voz gutural.
-La mujer que pretendes sacar de este mundo, me
pertenece pues personalmente ha entregado su espíritu, no puedo permitir que
algo que así sucedió sea deshecho.
-¿Qué puedo hacer señor de las profundidades para
revertir tal situación?
-Si la sacas de aquí, morirá y si tú te quedas por más
tiempo entonces también morirás y serás como ella, entonces su sacrificio no
tendrá caso ya que ambos perderán su espíritu. Sólo tienes un camino, serás
capaz…
-No importa de qué se trate, lo haré.
-Si tan decidido estás, entonces regresarás a tu mundo,
deberás probar que de verdad el amor que sientes por ella es fuerte y vale la
pena que regrese. Tendrás que
encontrarla pero ya no será la misma. Debes ser capaz de localizar su espíritu
antes de que anochezca tres veces. Si no lo logras nunca más la verás y tendrás
que entregarme tu espíritu pues ha sido tocado por la oscuridad, ¿estás
dispuesto a correr el riesgo aun sabiendo que lo perderás todo si no lo logras?
-Sí.
-Entonces…
Ceyaolt regresó al lago. Pensó
que había sido sólo un sueño. Recordó entonces los tres anocheceres. A
Yolihuani. Tenía que buscarla. No podía resignarse al hecho de que estaba
muerta. Volvió al centro de la ciudad. Miró a tanta gente tan disímil entre sí
deteniéndose en los jóvenes rostros femeninos buscando a aquella que se le
pareciera ante la extrañeza de todos los que le rodeaban.
Cuando más concentrado en su
tarea estaba, alguien jaló con timidez de su vestimenta. Se trataba de una
anciana. Ésta le pidió que le ayudara a llegar al templo principal ya que no
podía ver con claridad. Él aunque comúnmente generoso y solícito, en ese momento
no se hallaba en condiciones de prestar socorro a alguien más que no fuera
Yolihuani. Ni siquiera pensó en dejar a la pobre mujer abandonada a suerte.
Buscó a alguien que la ayudara, a pesar de estar rodeado de tanta gente,
extrañamente nadie se prestó para realizar tan sencillo favor. No tuvo más opción
que hacerlo él.
Al llegar la mujer le
agradeció pero Ceyaolt ya no la escuchó. Volvió para buscar a su amada. Así
pasó la primera noche. Nada.
El segundo día comenzó a
correr. Siguió buscándola con desesperación rompiendo sus propias reglas, no
obtuvo resultados. Entonces la anciana volvió a aparecer en su camino, en esa
ocasión le pidió que le comprara algunas cosas. Ceyaolt empezó a desesperarse,
¿por qué esa anciana parecía verlo sólo a él para pedirle ayuda? ¿Por qué?
Deseó que en lugar de ella, el dios le mostrara el camino para llegar a su
amada.
A regañadientes llevó a la
anciana hasta la plaza en donde estaban todos los venderos ofreciendo sus
productos, ahí la dejó. Estaba a punto de retirarse pero al verla sola y
desvalida no tuvo más opción que ayudarle. Debido a que el lugar era grande y
que ella requería varias cosas, invirtió mucho tiempo; cuando hubo finalizado
siguió buscando a su amada. Al caer la tarde, luego la noche, lloró al pie de
un árbol bajo el cobijo de las estrellas. Sus esperanzas empezaban a esfumarse.
Como el humo.
Como los espíritus.
Como ella.
-6-
El último día comenzó a
correr.
Él siguió buscándola pero nada
parecía suceder. Para ese entonces ya había buscado en cuanto rostro femenino
conocía sin obtener una sola señal. Nada que le indicara que en alguno de éstos
habitaba su amada.
Cuando la tarde comenzó a
morir la anciana volvió a aparecer en su camino. Lucía más cansada que nunca.
Una vez más pidió su ayuda, esta vez deseaba ir al lago.
Al lago…
Ese lugar donde su amada se
había inmolado por él. Estaba consciente de que si la llevaba ya no habría
tiempo para él, todo estaría perdido. Todo. ¿Lo haría o no?
Miró a la anciana. Su rostro
lucía desesperado como si el ir o no ir fuera de vida o muerte. No supo por qué
entendió su desesperación. Estaba decidido. Lo haría. De cualquier forma, al
menos para él, ya no había esperanza.
Llegó con ella hasta el lago.
Miró extrañado cómo la anciana se arrodilló, comenzó a derramar lágrimas
silentes sin razón aparente justo en el lugar donde le dijeron, había muerto
Yolihuani.
Se inclinó para secar su
llanto, era lo menos que podía hacer por ella.
-¿Por qué llora?
-Porque tengo la sensación de que he perdido algo pero
no sé qué exactamente.
Al tocar verdaderamente esas
cansadas manos, él sintió una descarga eléctrica. Algo que no había sentido
antes.
Dulce.
Cálido.
Eterno.
Entonces lo supo. Su amada
siempre estuvo cerca de él sin saberlo, fue ella misma la que le mostró el
camino.
-¿Y-Yolihuani?...
En cuanto su mente se aclaró
algo comenzó a suceder con ella. Empezó a transformarse, rejuvenecer. Ahí
estaba ella otra vez. Yolihuani se extrañó de estar nuevamente con vida y a su
lado. Lo miró, él le devolvió esa cálida mirada.
-Tengo frío -fue lo único que dijo ella con
voz apenas audible.
Él la arropó en sus brazos. Se
quedaron así por largo rato. La noche llegó sin que se dieran cuenta.
Observaron el cintilar de las estrellas. Si habían pasado la prueba con los
inmortales, quizá, sólo quizá, la pasaran con los mortales.
Yo no soy mucho para los cuentos, o historias románticas, y mucho menos para los nombres de los aztecas, los mayas y todos estos personajes de nuestro pasado precolombino, pero me gustó mucho la historia. Es ágil. No se deteniene en descripciones y eso hace el relato avanzar a gran velocidad.
ResponderBorrarUna historia de amor de aquellos tiempos lejanos, muy bien contada porque te ubica en el contexto.
Muy bien, Adriana.
Gracias. Es mi versión azteca de Orfeo y Eurídice pero con final feliz.
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