domingo, 17 de julio de 2016

La ciudad de los contrarios


En Buenafortuna el frío se recrudeció ese invierno. El nuevo año estaba a la vuelta de la esquina, con éste todas las buenas nuevas que los políticos agoreros  pronosticaban; pero para  los marginales, tal situación poco significaba.
Ese día, como todos los demás, la plaza mostraba una imagen cotidiana: vendedores ofrecían su mercancía, mendigos, seudoprofetas, gente hablando a gritos desde las vetustas ventanas de sus casas y animales en busca de sobras.

En medio de esa escena estaban dos hermanos vestidos con gabardinas desgarradas, zapatos rotos y bufandas deshiladas. El mayor sostenía una caja asegurada a su cuello con un cordón mientras el menor se friccionaba las manos para generar calor y  observaba la caja, que seguía igual que cuando salieran de casa esa mañana: llena. Ahí llevaban figuras de ornato elaboradas por ellos  mismos  y que el hermano mayor trataba de vender con desesperación.
Al avanzar el día y ver que no vendían ni una sola, decidieron cambiar de lugar para probar suerte aunque sabían que eso estaba prohibido, ya que cada marginal tenía estipulada su área. Se atrevieron a quebrantar la regla porque su desesperación fue mayor que su miedo: o lo hacían o no comerían.
El lugar lucía prometedor, avanzaron con temor; no obstante,  al ver que nada pasaba, sintieron confianza. Tardaron un poco pero la suerte les sonrió, vendieron dos. En el  momento en que el mayor estaba realizando la tercera venta, un hombre salió de uno de los locales y al verlos ahí, comenzó a reprenderlos con dureza a la vez que avanzaba hacia ellos; al darse cuenta de que estaba dispuesto a todo, huyeron despavoridos.
Se inició una persecución que hizo que el cordón de la caja se rompiera y cayera. No hubo tiempo de pararse a recogerla, aunado a esto, las monedas obtenidas se salieron por un agujero en la bolsa de la gabardina del mayor. 
Su perseguidor no estaba dispuesto a dejarlos salir indemnes, les daría una lección como ejemplo para que ningún otro se atreviera a quebrantar las reglas.
Llegaron a la avenida principal, corrieron tropezando con todo lo que había en ésta; avanzaron tanto que de pronto se encontraron en la gran bifurcación de Buenafortuna, la que dividía a la ciudad en dos.
Yendo por la izquierda se hallaban las chabolas, los barrios en los cuales vivían los marginales, por la derecha, lo prohibido. Su deseo de huir era tan grande que optaron por el camino por el que sabían, no serían seguidos. El perseguidor al ver por dónde le dieron, cesó de seguirlos, él también era un marginal, sabía que la ruta de la derecha les estaba prohibida, se sintió satisfecho al saber que los chiquillos recibirían un castigo por no respetar las reglas. Buenafortuna se diferenciaba de las demás ciudades porque ahí ninguno quebrantaba los preceptos que la regían, esos niños no serían la excepción. 

Los hermanos quisieron dar vuelta pero ahora estaban en el umbral del territorio de los protectores, las personas que se encargaban de hacer que Buenafortuna funcionase con armonía y a los cuales, los marginales no debían molestar o el orden se rompería.
Si no había vigías en la entrada a ese lado era porque los protectores, conscientes del impacto de su advertencia, no creían que alguno de ellos se atrevería a acercárseles. La curiosidad los derrotó; sus mayores les hablaban de ese sitio como si de un mito se tratase. Ahora sabían que era real y más que eso: conocerían la otra cara de Buenafortuna.
Se acercaron a una de las casas. Se asombraron por la elegancia y armonía reinante en el interior, jamás habían visto personas tan bellas, perfectas y bien vestidas como esas. Los habitantes de las chabolas, casi todos poseían defectos físicos o mentales, los más afortunados, como ellos, no pasaban de tener una apariencia consumida debido a la falta de una alimentación adecuada. Las ropas viejas y desgarradas que usaban, contribuían a aumentar la apariencia que los caracterizaba.
Los protectores muy poco se paraban por las chabolas pues temían contraer alguna enfermedad; las pocas veces que los marginales recibían ayuda de éstos, se la proporcionaban como si de animales se tratase, siempre procurando que se mantuvieran a distancia. Los dejaban hacer su vida aparte, obviamente lejos de ellos, sólo estaban al pendiente de que no surgieran rebeldes que pusieran en peligro la tan envidiada estabilidad de Buenafortuna.
Ambos hermanos empezaban a comprender que el mundo en el que habitaban los protectores, no los deseaba en él, pero debido a la inocencia inherente a la infancia se negaban a creer que todas esas personas fuesen tan malas como sus mayores les hacían creer.
Un delicioso olor a comida llegó hasta ellos. No pudieron reprimir el impulso de saborearse los exquisitos bocados que se imaginaron, serían servidos.
El más pequeño, dio un suave tirón a  su hermano. Cuando captó su atención, señaló su estómago. Tenía hambre. Esa mañana al salir de su casa sólo comieron pan duro y carne a punto de añejarse. El mayor lo miró, el hambre también le estrujaba el estómago pero no podía hacérselo saber ya que eso sólo incrementaría su desesperanza pues sabía que en su hogar, ningún bocado los esperaba a menos que su madre hubiera tenido suerte. Ellos lo habían perdido todo en la persecución; para ese entonces ya se había percatado de la ausencia de las monedas.
-Pidamos algo -dijo el más pequeño con ese característico acento infantil-. Son buenos.
El mayor sonrió. También creía que lo eran pero no deseaba arriesgarse ya que si lo hacía y descubría que estaba equivocado, el último reducto para su fantasía de un mundo justo, desaparecería.
Para cuando regresaron su vista a la ventana, un niño rubio de quizá doce años, al que no habían visto hasta ese momento, los estaba escrutando con la mirada. Los observó alternativamente para detenerse en el mayor. Por unos instantes ambos se contemplaron retadores, algo en sus corazones les indicó que estaban destinados a no poder convivir en armonía. Al menos en Buenafortuna.

El pequeño esbozó una tímida sonrisa que no le fue devuelta. El rubio volvió a fijar su vista en ambos, su rostro mostraba una mezcla de desaprobación y extrañeza, nunca había visto personas tan feas como las que ahora contemplaba. Dedujo que debían ser los tan aborrecidos marginales, esos de los que sus maestros les prevenían siempre, a los cuales llamaban monstruos devoradores llenos de odio dispuestos a eliminarlos al menor descuido.
Cuando el menor de los hermanos le hizo un gesto al rubio indicándole que tenían hambre, y que él entendió como “Te voy a devorar”, sus temores se confirmaron: efectivamente, los marginales eran monstruos transformados en humanos.
Retrocedió con temor, dijo algo a los mayores. Al instante, la hilaridad reinante en el interior cesó, todos dirigieron su vista a la ventana, luego de que el desconcierto momentáneo pasó, el mayor de ellos le indicó algo a un sirviente.
Los niños tenían tanto miedo que no atinaban a moverse. Cuando la entrada se abrió, el sirviente los miró con repugnancia debido al aspecto que tenían. Comenzó a azuzarlos para que se fueran, su gesto se deformó por la ira, imaginaron que de un momento a otro abandonaría su piel para dar paso a uno de los tan temidos y míticos demonios, que, según decían sus mayores, eran en verdad los protectores.
-¡Me encargaré de ustedes pordioseros! -dijo el sirviente en tono furioso.
Huyeron.
Dentro de la casa, los comentarios desaprobatorios en torno a lo sucedido, provocaron una  acalorada plática donde, hasta a los pequeños se les permitió expresar sus opiniones.
El rubio se mantuvo alejado de los demás. Aunque joven, estaba destinado a ser  gobernante de Buenafortuna. El confirmar que los marginales eran tan malagradecidos, como para atreverse a romper las reglas, traería consecuencias negativas para éstos durante su mandato o inclusive, antes.  

Por su parte, el mayor de los hermanos se prometió que no más tendría un pensamiento amable para con los protectores, los mayores tenían razón: eran malos, punto.

Quizá en él había nacido ya el tan temido caudillo que sublevaría a los marginales para cambiar después de tanto tiempo, la forma de Buenafortuna. 

2 comentarios:

  1. Es interesante: las visiones que cada personaje le da a su realidad y a la de los demás. Uno tiene estereotipos de lo que debe de ser, pero que no es en realidad.
    Muy buena historia para entender el punto anterior. Abre un puente hacia la reflexión de las sociedades en general.
    Muy bien Adriana.

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    1. Cuando la escribí todavía tenía fresca en mi memoria la lectura de Los miserables que me llegó muy profundo así como también pensé en una versión oscura de El príncipe y el mendigo.

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